viernes, 18 de julio de 2008

El respiradero que da a ningún lugar

Hubo un tiempo en el que los paseos por Biar significaban la huida hacia un mundo de fantasía, lleno de secretos, misterios y asombros. Aquellos largos veranos explorando los montes, las calles, la casa, eran mi alimento de cada día. Recuerdo en especial el año en el que realicé el asalto, exploración y registro de la casa abandonada de al lado. Allí volví infinidad de veces, y cada una de ellas encontraba algo nuevo, algún detalle, un saliente, cierto objeto, un reflejo, algo que antes había pasado por alto, o quizá algo que antes no estaba y luego sí.

Años después llegó la construcción del hotel, y la casa abandonada fue reconstruida y privada de su magia. Muchos de los recuerdos fueron desapareciendo, poco a poco, aunque siempre quedaron otros muchos, como impresiones a fuego grabadas en mi memoria; Olores, visiones, sombras, texturas, sensaciones, sonidos. Todo ello conforma mi recuerdo de la casa, de aquellos años de dulce aventura fantástica.

Hace un mes, releyendo La Invención de Morel, del escritor argentino Adolfo Bioy Casares, me he topado en la página 22 con un pasaje que ya viví (o soñé) en aquella casa. No recordaba dicho fragmento de la primera vez que leí el libro. Esto puede justificarse por el hecho de esa primera lectura ocurrió hace unos 14 años. Sí recordaba, aunque tenuemente, mi historia real (o ficticia).

Cuando exploras una casa enorme, como era aquella (de hecho he mencionado que la transformaron en hotel), miles de detalles escapan a tu atención. Pero cuando te dedicas a inspeccionarla escrupulosamente con el fin de dibujar un plano con la disposición, tamaño y situación de cada habitación, pasillo, escalera, ventana o puerta, se llegan a descubrir cosas asombrosas.

En ambas historias, el protagonista está escudriñando una casa antigua, abandonada, vacía de muebles y objetos en su mayoría. La casa es enorme, de varios pisos y muy amplia, con un gran número de habitaciones. El descubrimiento sucede entorno a una pared, que por un lado tiene una ventana o una rejilla, y por el otro es todo muro. Esta incoherencia hace pensar a los protagonistas de las dos historias en la posibilidad de que lo que parece una misma pared, sean en realidad dos paredes enfrentadas que conforman una habitación oculta. Bioy Casares sitúa este suceso en el sótano del museo de la isla donde transcurre su novela. Yo lo percibí en el desván de la casa de al lado. Esta simetría casual invita a un análisis de las coincidencias. Ambas aberturas estaban en lo alto de la pared. En mi caso se trataba de una estrecha rejilla o respiradero que daba a algún misterioso lugar oscuro, por lo que descarté que diera al exterior.

Ambos protagonistas confunden en algún momento el sueño de la realidad. Bioy Casares hace que el personaje de su libro piense que era una visión irreal, o un sueño, y tenga que volver a mirarlo para cercionarse de que es real. Yo he llegado a soñar con esa rejilla. Unos sueños tan detallados, que en muchas ocasiones he dudado de su existencia y he llegado a pensar que era fruto de mi imaginación subconsciente o una amalgama de distintos recuerdos parciales sin conexión alguna entre si.

Observaciones sobre la transformación de la realidad en sueño y sobre la pérdida de la realidad.

La realidad pierde su esencia cuando se muestra en sueños. En estos casos la confusión está servida. El primer paso es la pérdida de confianza en el recuerdo real, pensando que también es producto del sueño. Finalmente sueño y realidad acaban por entremezclarse y fusionarse en un solo recuerdo. Y como entre los fragmentos oníricos siempre hay alguno que desafía la lógica, se termina por pensar que el recuerdo entero proviene de un paseo por las tierras de Morfeo.

Al final yo soy el protagonista del libro, las 2 casas de Biar son la isla, y mi familia las personas que bailan y charlan cual fantasmas ante el perplejo protagonista.